Sincronicidades Orientales

Sincronicidades Orientales

El pensamiento creativo detecta patrones y hace conexiones entre ideas aparentemente desconectadas. Es un pensamiento lateral. Mira mucho a los lados —a todos los lados— y teje hilos y puentes. A veces todo es relevante. La cabeza del artista es como un embudo gigante que toma todas las partes y las recrea en una obra artística que plantea una nueva realidad. Por eso me gustan las sincronías: aquellos eventos no relacionados causalmente, pero que nos generan mucho sentido. Algo resuena en el entorno, no del todo conectado, pero que da pistas de algo más grande. Y aquí va mi adivinanza: nuestra salida cultural al mundo en el siglo XXI va por el Oriente. Eventos recientes dan luces de ese camino.

Triunfo culinario. La semana pasada el restaurante nikkei Maido fue elegido el mejor del mundo en la lista The World’s 50 Best Restaurants. Es fascinante que nuestra cultura caótica y heterogénea encuentre su mejor maridaje con otra cultura increíblemente ordenada y homogénea. Son los opuestos complementarios de la cosmovisión andina.

Voces del anime. Luego el Perú da la vuelta al mundo —al menos en las redes— en un campo menos conocido: la animación. ¿Cómo? Con Apukunapa Kutimuyin, del estudio Ninakami, formado por peruanos en Japón y Perú, un teaser pitch para una serie de anime basada en la mitología andina. Y la rompe en YouTube. Un estilo de arte establecido —el anime— que ya es plataforma global, conocido por reinventar mitologías griegas (Saint Seiya), nórdicas (Matantei Loki Ragnarok), cristianas (Evangelion, Devilman Crybaby)… ahora puede tomar la cosmovisión andina como motivo y lanzarla al estrellato.

Hermanos del Pacífico. Perú y Japón tienen una relación especial. La comunidad japonesa está profundamente entrelazada con la peruana en lo económico, político y social. Hay coincidencias fuertes: ambos somos países que miran al Pacífico, con tradiciones milenarias potentes y una obsesión por el pasado. No es casualidad que arqueólogos japoneses como Masato Sakai, Yoshio Onuki o Kazuo Terada hayan revitalizado constantemente el estudio de nuestras culturas Nazca, Paracas, Moche e Inca. Y hay japoneses “perulovers” como cancha. Yoshitaro Amano, por ejemplo, fundó en Miraflores el Museo Amano, que alberga una de las colecciones más importantes de textiles del antiguo Perú. Visítenla.

El factor Arenales. En el mundo del J‑Pop local, Arenales Plaza es un centro singular para los otakus limeños y uno de mis lugares sagrados en la ciudad. Como buen creyente, voy al menos tres o cuatro veces al mes a alimentar una colección de juguetes que ya adquirió vida propia. He tenido la suerte de viajar un poco, y puedo decir que no he visto algo así. Sí, hay buenas tiendas en otros países, pero un hub cultural como este —una especie de mini Akihabara limeña— no es común. ¿Por qué existe? ¿Qué lo causa? ¿Es casualidad o hay una fuerza telúrica que busca expresarse y que encuentra en el Otaku su vehículo?

Kitty lovers. El año pasado, la imponente muestra Hello Kitty & Friends de Marcelo Wong convocó a 260,000 Sanrio lovers durante sus cuatro semanas en el Palacio de las Artes de Miraflores. Quizá haya sido la exposición con mayor asistencia en la historia del Perú. ¿Habría pasado lo mismo con Superman o Batman? Marcelo dice que no. Su muestra sobre DC logró 42,000 visitantes en dos semanas… y dentro de un centro comercial. Es decir, tres veces más público por semana sin el flujo natural de un mall. Lo japonés llega más lejos, tiene alma. Y lo peruano también. Quizá lo estamos moldeando a través del juego y del juguete. Si no, ¿por qué la Escuela de Arte Corriente Alterna ya hizo una segunda exitosa muestra de Art Toys, y cocina una próxima sobre el cómic?

El factor toys. Hay una movida subte de Art Toys que se nutre de nuestra identidad. Kaijus hechos de fiestas patronales, Space Invaders con personajes Moche. En esa combi voy yo, junto a artistas como Origen Peregrino, Jumping Lomo, el propio Marcelo Wong, Taller Chihuako, Monstroq, Qiosqo, Marioneta Lab y muchos más.

Y finalmente, el autobombo. Mi muestra Sincretismo J‑Pop, que acaba esta semana en el Centro Cultural Peruano Japonés, ha tenido buena afluencia, muy buena vibra y gran rebote en redes. El número final se los paso luego, que la muestra termina este sábado 5 de julio. Además de la inauguración, hice tres visitas guiadas y fui testigo de la complicidad entre padres e hijos, unidos por la nostalgia de sus animes favoritos y por el juego compartido. Eso me encanta. Y ese placer interno alimenta mi sentido de propósito.

Hay un patrón aquí, una serie de síntomas de una idea más grande que está buscando nacer y aparecer en el mundo. El J‑Pop —y quizá todo el pop asiático— podría estar convirtiéndose en el vehículo ideal para reinventar nuestra mitología y exportarla al mundo, como ya lo han hecho los egipcios, los nórdicos, los celtas o los propios japoneses. Aprovecharlo debemos.

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